jueves, 26 de julio de 2012

La oreja de Jenkins


Un barco gibraltareño acaba de lograr una feliz captura: un hermoso atún cuyo peso, 458 libras y 9 onzas, promete obtener un buen beneficio en puerto. Están ya haciendo cuentas, cuando en el horizonte se recorta una ominosa silueta. Hendiendo las olas, se acerca una patrullera española. Ya están los cascos en paralelo. Los guardias civiles, de malos modos, les dicen a los tripulantes de la nave británica que están violando no se sabe qué veda. Los gibraltareños son obligados a poner proa a Algeciras.

El gobierno británico, cuando conoce los hechos, se apresura a presentar una queja diplomática, aunque muy suave, pues pretende, sobre todo, no poner en peligro la tregua olímpica. Las autoridades españolas, empero, tratan de retorcer la verdad con la habitual humareda de mentiras: que el barco gibraltareño se hallaba a 8 millas de la costa, que sus tripulantes estaban utilizando artes ilegales, que habían pescado en periodo de veda.

Las insidias y perversidades de Madrid son proverbiales. Todos recordamos el terrible atentado que sufrió un pacífico mercader británico, Robert Jenkins, cuyo barco fue apresado por un guardacostas español en las Indias Occidentales. Los españoles trataron de ensombrecer la reputación de Jenkins y lanzaron el engaño de que se dedicaba al contrabando. Ni siquiera pidieron disculpas por las terribles mutilaciones que infirieron al capitán británico.

Es de esperar que desde White Hall se adopte una actitud más enérgica, que se pare los pies a los sucios dagos.