domingo, 8 de julio de 2012

¡Acabad ya con esta crisis!



Después de encontrar esta semana a Krugman hasta en el gazpacho (ahora no estamos en tiempos de sopas), decidí leer su libro. De nuevo las habituales críticas contra las políticas desregulatorias que se han llevado a cabo en Estados Unidos desde Reagan. Pone en el paredón a todos los dirigentes de los organismos económicos, empezando por Greenspan y terminando con Bernanke. Krugman defiende las políticas keynesianas: el endeudamiento de un país se acaba pagando cuando, después de que haya pasado la crisis, los ingresos crecen y sube la inflación. En teoría. Estados Unidos sólo tardó... veinte años en pagar la deuda que contrajo durante la guerra mundial.

Krugman dedica una especial atención al cambio de opinión mundial entre finales de 2009 y principios de 2010 sobre la deuda pública. A partir de ese momento, todos los países fueron aconsejados u obligados por los organismos internacionales a reducir su déficit. Ya se sabe, fue entonces cuando Zapatero tuvo que cambiar totalmente de política: la mudanza de mayo.

Por su posición pública, por el premio que recibió en 2008, Krugman se ha convertido para algunos en una especie de oráculo: ¡llegó a ser asesor de Zapatero, que le pagó 100.000 euros por una conferencia! En una de las presentaciones del libro, Pedro Schwartz, de
Expansión, acusó a todos los premios Nobel de pontificar: Krugman, al parecer, se le lanzó a la yugular.

Zapatero, durante dos años, llevó a cabo políticas keynesianas que no sirvieron para mejorar significativamente el empleo ni para permitir que la economía se recuperara: lo único que consiguió fue disparar el défitit. Y cuando España entró en el euro lo hizo bajo varias condiciones: no puede esperar ahora que se cambien las reglas. El Reino Unido prefirió su libra, precisamente porque la política monetaria permite que los países puedan hacer frente a las crisis (ver uno de los fragmentos). Krugman se declara euroescéptico, pero tampoco quiere que desaparezca la moneda única. Países como España y Grecia, lo tienen difícil dentro del euro.

Desde luego, el libro no ha terminado de convencerme, no me ha convencido en absoluto. Parafraseando lo que dice de expertos y entendidos (ver abajo), parece que nadie hubiera acertado sobre nada, excepto él, claro.

Nadie se equivoca
Mi experiencia, en los últimos años de lidiar con expertos y entendidos varios, es que casi nadie admite haberse equivocado sobre nada.

La hipótesis de Minsky
Minsky, que daba clases en la Universidad de Washington en Saint Louis (Misuri), fue una figura marginal a lo largo de toda su vida profesional y murió, sin perder esta condición, en 1996. Para ser sincero, la heterodoxia de Minsky no fue la única razón por la que fue ignorado por la corriente dominante. Sus libros, por decirlo suave, no son una lectura fácil; las flores de brillante perspicacia se diseminan poco generosamente entre hectáreas de prosa recargada y álgebra innecesaria.

Estos días muchos economistas -incluido, sin ninguna duda, el que esto escribe- reconocen la importancia de una hipótesis de Minsky, la hipótesis de la inestabilidad financiera. Y los que hemos llegado relativamente tarde a la obra de Minsky desearíamos haberla leído mucho antes. La gran idea de Minsky fue centrarse en el apalancamiento (leverage): la acumulación de deuda en relación con los activos o los ingresos. En los periodos de estabilidad económica, decía el autor, el apalancamiento se incrementaba, porque todo el mundo mira con displicencia el riesgo de que el deudor no sea capaz de devolver lo prestado. Pero este ascenso del apalancamiento, a la postre, genera inestabilidad económica. De hecho, prepara el terreno para una crisis económica y financiera.

España y Reino Unido
Los países sin moneda propia son muy vulnerables a caer víctimas de un pánico que acarrea su propio cumplimiento; un pánico en el que el empeño de los inversores por evitar pérdidas por impago termina desencadenando precisamente el impago temido. El primero en señalarlo fue el economista belga Paul de Grawe, cuando hizo ver que las tasas de interés de la deuda británica son muy inferiores a las de la española -el 2 % frente a1 5 %, respectivamente, en el momento de escribir-, pese a que Gran Bretaña tiene más deuda y más déficit y, posiblemente, una perspectiva fiscal peor que la española, aun teniendo en cuenta la deflación de España. Pero tal como apunto De Grawe, España se enfrenta a un riesgo del que Gran Bretaña está libre: la congelación de la liquidez.

En España, bajar los sueldos
España ha vivido buena parte de la última década fortalecida por un gigantesco auge inmobiliario, financiado por grandes entradas de capital proveniente de Alemania. Este auge ha alimentado la inflación y ha hecho subir 10s sueldos españoles en relación con los de Alemania. Pero, al final, resulta que el auge estaba hinchado por una burbuja que ahora ha estallado. Ahora, España tiene que reorientar su economía, dejando a un lado la construcción y volviendo otra vez a la industria. En este punto, sin embargo, la industria española no es competitiva, porque los sueldos españoles son demasiado altos comparados con los alemanes. ¿Cómo puede recuperar España su competitividad?

Una forma sería convencer a los trabajadores españoles de que acepten sueldos inferiores (o exigirles que lo hagan).