domingo, 15 de julio de 2012

La marcha de la locura



Barbara Tuchman, en La marcha de la locura, critica las decisiones que tomó Kennedy en el conflicto vietnamita: no deja de ser una ironía que éste, durante la crisis de los misiles de Cuba, tuviera presente las enseñanzas de
Los cañones de agosto, el magnífico libro que narra los acontecimientos que desencadenaron la primera gran guerra del siglo XX. En contra de las tradiciones norteamericanas, a contrapelo de toda lógica, los distintos gobiernos estadounidenses fueron involucrándose más y más en Vietnam. Cuando la China de Mao ya se había enfrentado a los soviéticos y había tenido algunos roces con los dirigentes vietnamitas, los estadounidenses siguieron creyendo e intentando hacer creer que el triunfo del comunismo en Vietnam supondría que esta ideología avanzaría de manera imparable por toda Asia.

Sin embargo, la parte que más me gusta del libro no es la que trata el conflicto de Vietnam, sino la historia de los papas que acabaron permitiendo la aparición y el triunfo de Lutero. Frente a figuras como Pío II y Adriano VI, también hubo otros papas como Alejandro VI, Julio II o León X, que fueron poco más o menos príncipes seculares con intereses seculares. Todavía recuerdo un libro titulado Los papas malos, que leí hace mucho tiempo y que casi consideré continuación de Los doce Césares: durante siglos, los papas fueron meros príncipes electos de Roma que trataban de garantizar su posición y la de su familia, que utilizaban la excomunión de la misma manera que otros señores utilizaban sus ejércitos.

Desde luego, mientras leía este libro, no podía de dejar pensar en la situación actual: ¿es una locura la política económica que están llevando a cabo algunos países? Podría parecer que sí: sólo está trayendo más paro, menos ingresos, menos crecimiento.

La insensatez
La aparición de la insensatez es independiente de toda época o localidad; es intemporal y universal, aunque los hábitos y las creencias de un tiempo y un lugar particulares determinen las formas que adopte. No está relacionada con ningún tipo de régimen: monarquía, oligarquía y democracia la han producido por igual. Tampoco es exclusivo de ninguna nación o clase. La clase obrera, como está representada por los gobiernos comunistas, no funciona en el poder más racional o eficientemente que la clase media, como se ha demostrado notablemente en la historia reciente. Es posible admirar a Mao Tse-tung por muchas cosas, pero el Gran Salto Adelante, con una fábrica de acero en cada patio, y la Revolución Cultural, fueron ejercicios opuestos a toda sabiduría, que causaron grandes daños al progreso y la estabilidad de China, para no mencionar siquiera la reputación del presidente. Difícil sería llamar ilustrada a la actuación del proletariado ruso en el poder, aunque después de sesenta años de dominio, hay que reconocerle una especie de brutal éxito. Si la mayoría del pueblo ruso está mejor que antes en lo material, el costo en crueldad y tiranía no ha sido menor, y sí probablemente mayor que en la época de los zares.

También había decencia y piedad
El poder arbitrario, con su tentación de indulgencia para consigo mismo, su desenfreno y su desconfianza eterna de los rivales, tendía a formar déspotas erráticos y a producir hábitos de insensata violencia, tanto en los gobernantes satélites como en los más grandes. Pandolfo Petrucci, tirano de Siena en el último decenio del siglo XV, gozaba con el pasatiempo de dejar caer bloques de piedra desde cierta altura, sin fijarse en quién estuviera abajo. Los Paglioni de Perusa y Malatesta de Rimini registraron historias sanguinarias de odios y crímenes fratricidas. Otros, como los De Este de Ferrara, la más antigua familia de príncipes, y los Montefeltri de Urbino, cuya corte celebró Castiglione en El cortesano, eran honorables y de buena conducta, y hasta amados del pueblo. Decíase que el duque Federico de Urbino era el único príncipe que podía ir sin armas ni escolta o que se atrevía a caminar por un parque público . Tristemente, resulta típico que Urbino fuese objeto de una brutal agresión militar por uno de los seis papas, León X, quien codiciaba el ducado para su propio sobrino.

Al lado de los canallas y de los escándalos, existían, como siempre, decencia y piedad. Ninguna característica se adueña por completo de una sociedad. Muchas personas, de todas las clases sociales, durante el Renacimiento aún rendían culto a Dios, confiaban en los santos, deseaban la paz espiritual y no llevaban vidas de delincuentes. En realidad, precisamente porque los sentimientos religiosos y morales auténticos aún existían, fue tan aguda la angustia causada por la corrupción del clero, especialmente de la Santa Sede, y tan poderoso el anhelo de reforma. Si todos los italianos hubiesen seguido el ejemplo amoral de sus jefes, la depravación de los papas no habría sido causa de protesta.