domingo, 9 de septiembre de 2012

La rabia y el orgullo



En la biblioteca municipal, por alguna clase de broma macabra, coexisten lomo contra lomo La rabia y el orgullo y La guerra de Nueva York. Me recuerda a esos teólogos de Borges que se odiaron en vida pero que, una vez muertos, eran una misma persona para Dios. No habrán llegado a tanto Oriana Fallaci y Eduardo Haro Tecglen. Supongo que sus libros están juntos por culpa del aséptico sistema de clasificación de los bibliotecarios, que no tiene en cuenta ni afinidades ideológicas ni otras consideraciones. Leí hace muchos años los dos libros y me dejaron impresionado, por diversos motivos.

Oriana Fallaci se encontraba en Nueva York el 11 de septiembre. Desde el primer momento sintió rabia por lo ocurrido y prácticamente acusó a todos los musulmanes: todos eran, de alguna forma, responsables. No, no muestra simpatía por la religión musulmana ni por la civilización musulmana.

Sin embargo, el libro de Haro Tecglen me supuso un impacto. Volviendo a Borges, sentí al leerlo que me había atropellado un camello ciego. Venía a decir que los atentados del 11 de septiembre eran la forma de protesta que habían encontrado los musulmanes pobres y explotados contra el Occidente rico y opresor, es decir, la vieja dialéctica marxista. Desde luego, sostener que los países musulmanes son pobres, y que son pobres a causa de Occidente, me parece, por decirlo de una manera suave, una exageración.

Cuando leí por primera vez el libro de Haro Tecglen me pareció infame. No soporto a la gente que se coloca una armadura ideológica y se protege con ella de la verdad, de la razón. Los domingos por la mañana solía despertarme con sus opiniones en una tertulia radiofónica; al menos conseguía que los ojos se me abrieran como platos. Una vez le escuché (o quizá lo leyera en alguno de sus libros o en su columna de El País) que la presión militar y política de los países capitalistas había impedido que los países socialistas hubieran podido cumplir la utopía marxista.

Hace años que no releo La guerra de Nueva York, quizá debería darle otra oportunidad. Ya lo dijeron Plinio y Lazarillo, que en todos los libros hay algo bueno. Hace unas semanas, empero, releí La rabia y el orgullo. Desde luego, lo que se escribe allí me parece una exageración. No todos los musulmanes son como los describe Oriana Fallaci. Muchos vienen sólo a trabajar y se sienten felices en un mundo de mayor libertad. Sí, quizá en el sueño de algún radical se intente crear esa Euroarabia temida por euroenfermos como Breivik, pero un marroquí de Nador o Beni Melal no ha venido a Europa para vivir como en Nador o Beni Melal. Quizá algunos musulmanes se alegraran de lo ocurrido el 11 de septiembre, pero lo mismo que algunos italianos, franceses o españoles disfrutaban de los reveses estadounidenses en Vietnam y del fracaso soviético en Afganistán.

Al final, si sigo releyendo el libro de Oriana Fallaci es porque describe los sentimientos desnudos de una neoyorkina que de pronto siente pánico porque su ciudad ha sufrido un inesperado atentado terrorista. La rabia y el orgullo consigue emocionar.

En algunos casos reír es lo mismo que llorar
Ya adulta descubrí que durante las torturas infligidas por los nazi-fascistas mi padre reía. Así un día, mientras caminábamos por los bosques del Chianti, le dije:

-Padre, ¿es verdad que durante las torturas te reías?

Mi padre se ensombreció y después murmuró con tristeza:

-Hija mía..., en algunos casos reír es lo mismo que llorar.



En este mundo también hay gente buena
Mi mamá repetía siempre: "Bobby, si te pierdes de regreso a casa, no tengas miedo. Mira las Torres y recuerda que nosotros vivimos a diez manzanas subiendo por Hudson River". Bueno, ahora las Torres no existen más. Gente mala las ha destruido con las personas que había dentro. Así hace una semana que me pregunto: Bobby, si te pierdes ahora, ¿cómo harás para regresar a casa? Me lo pregunto, sí. Pero luego me contesto: Bobby, en este mundo también hay gente buena. Si te pierdes ahora, alguien bueno te ayudará en lugar de las Torres. Lo importante es no tener miedo.