domingo, 16 de septiembre de 2012

Días de una cámara


De las memorias de Néstor Almendros, Días de una cámara, me ha sorprendido sobre todo una cosa: que una vez que empecé a leerlo no pude detenerme. Ese es uno de las sorpresas que puede deparar la lectura: encontrar libros misteriosamente maravillosos. Reconozco que cuando leí las primeras páginas me desalentó que Almendros manifestara su intención de hablar de todos y cada uno de los filmes en que había trabajado. Estuve a punto de dejarlo. No sé exactamente qué hace un director de fotografía y no he visto la mayoría de las películas en las que trabajó Almendros. Desde luego, el libro es mucho más. Es un manual de dirección de fotografía, pero también, casi, una historia del cine.

Además, la propia vida de Néstor Almendros es interesante. Su padre fue un exiliado republicano refugiado en Cuba. En 1948, él mismo viajó a ese país. Pasó sólo catorce años en Cuba pero en la entrevista que le hizo Soler Serrano, que también me he apresurado a ver, su acento caribeño es evidente. Como muchos cubanos, Almendros se alegró del triunfo de la revolución, pero pronto se dio cuenta de que en unos pocos años lo estético se había supeditado a lo político: el régimen de los barbudos se había bolchevizado.

Almendros se marchó a Francia. Allí, un poco de casualidad, comenzó a trabajar como director de fotografía con Rohmer, Truffaut, Schroeder. En los años setenta fotografió varias películas estadounidenses. Ganó un Oscar por Days of Heaven.

En los años 80 decidió aprovechar su fama para realizar dos documentales denunciando el régimen cubano: Conducta impropia y Nadie escuchaba. Hoy en día, el primer documental ha quedado como el testimonio de la persecución de los homosexuales en Cuba. Almendros, que murió de SIDA, se muestra muy reservado sobre su vida privada. Señala que Conducta impropia sólo es un documental sobre "disidentes".

Guevara Valdés
En 1961 la industria cinematográfica cubana fue al fin totalmente nacionalizada y quedó prácticamente bajo el dominio de un solo hombre. Alfredo Guevara Valdés controlaba personalmente la producción, la distribución, los cines, la importación de materias primas, los laboratorios e, incluso, la única revista cinematográfica. Al igual que Shumiatski, el tristemente famoso ministro de Cinematografía de Stalin, Guevara Valdés imponía su voluntad absoluta. Terminé por darme cuenta de que estaba trabajando no para el pueblo, como se pretendía, sino para un monopolio estatal, y que la autoridad de turno actúa como cualquier productor capitalista e impone sus caprichos de la misma manera y aun peor, sólo que recurriendo a pretextos falsamente sociales. En otras palabras, estábamos obligados a hacer películas de propaganda de manera permanente.

Truffaut y la política
En política, las ideas de Truffaut eran más bien difusas. Desde luego, era muy liberal: no podía sostener con fanatismo ninguna idea. Su actitud en esta cuestión tal vez quede ilustrada por Catherine Deneuve en El último metro, cuando le dice al crítico colaboracionista que quería obligarla a tomar posición: "¿Sabe usted? Siempre abro los periódicos por la página de cine". Claro que, por boca de otro personaje, la prostituta intelectual de Domicilio conyugal, completa la idea: "El problema es que si uno se ocupa de la política, la política se ocupa de uno". Truffaut se interesaba sobre todo por causas concretas y precisas, relacionadas con los derechos humanos, relativas a la libertad individual y de expresión.

Es más fácil criticar a los dictadores después de su muerte
La mayoría de las personas tiembla ante los dictadores y se niega a manifestarse. Los que más saben son precisamente los que más miedo tienen. Siempre es más fácil criticar a los dictadores después de su muerte. Ningún realizador, entre mis compatriotas españoles, hizo una película abiertamente en contra de Franco mientras estaba vivo. Claro que yo no puedo tampoco dar lecciones en este sentido. Mi excusa es que yo era muy joven y no estaba aún bastante introducido en el cine. Quise remediar esto con dos documentales sobre Cuba. En cierto modo, preparaba Conducta impropia y Nadie escuchaba desde mi partida de Cuba en 1962.

Gente para la que se había hecho la revolución
Se produjo el éxodo del boat people del pequeño pueblo cubano de Mariel. Estos exiliados eran muy distintos de los de la primera ola de los años sesenta. No se trataba de burgueses o de personas cultivadas, sino de gente pobre, la gente para la que justamente se había hecho la revolución.