sábado, 16 de marzo de 2013

El papa Francisco


El miércoles pasado me quedé sorprendido cuando escuché la noticia de la elección del cardenal Bergoglio. Su apellido me era familiar, por mucho que no se encontrara entre los favoritos. Había releído unos días antes un artículo del ahora defenestrado Enric González en el que se relataban los secretos del anterior cónclave: los patrocinadores de Bargoglio intentaron, sin éxito, que Ratzinger renunciara a su candidatura. 

Inmediatamente después de su elección, unos medios señalaban que el papa Francisco era un progresista, mientras que otros le tachaban de conservador. En laSexta se apresuraron a sacar a la luz su supuesta impasibilidad durante la dictadura, al tiempo que criticaban sus enfrentamientos con los Kirchner: se ve que la laicidad consiste en no meterse con la izquierda.

En Argentina se le ha llamado al mismo tiempo peronista y el Juan Pablo II de los populismos iberoamericanos. Clarín se ha apresurado a defender su actuación durante la dictadura: protegió a dos curas jesuitas que vivían en una villa miseria y, posteriormete, luchó por sacarles de su encierro. El nacionalismo argentino tiene otro motivo de orgullo; un cura se apresuró a señalar que Brasil no podía presumir de Messi ni de Papa.

Algunos medios, sobre todo los de izquierdas, consideran que la Iglesia Católica es un partido político y el obispo de Roma una especie de primer ministro. Nada más lejos de la realidad. El jefe de la Iglesia no deja de ser un sacerdote. La Iglesia no tiene por qué presentar un programa político y modificarlo en función de no se sabe qué circunstancias. Algunos miran al nuevo papa como si tuviera que hacer algo revolucionario: cambiar la doctrina,  limpiar el Vaticano y no sé qué más. Los papas de Roma son, como los obispos de Jaén, poco más que nombres en una lista. Sólo se ocupan del cumplimiento de las leyes de la Iglesia. No son unos autócratas, sino todo lo contrario.

Soy el menos adecuado para juzgar la elección del cónclave, pero debo decir que me ha gustado el resultado: que el papa sea hispanoamericano, que sea jesuita, que haya elegido el nombre de Francisco, que el agnóstico Borges sea uno de sus escritores preferidos.



Marcos 10, 42-44
Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos.