jueves, 20 de junio de 2013

La sospecha

Hay un maravilloso cuento tradicional chino, La sospecha. Lo he recordado cuando he visto hoy la información sobre el juicio de Bretón. A diferencia de lo que sucede en el cuento, hay pocas dudas de que Bretón es culpable de asesinar a sus hijos, pero, como en el cuento, todos sus actos están siendo interpretados como si se tratara de un asesino. Su ex mujer trató de poner un ejemplo de sus manías: Bretón colocaba en el maletero periódicos viejos. Bueno, yo tengo en el maletero una toalla de playa que, supongo, no tocará jamás una playa. También dijo su mujer algo increíble: Bretón se ponía unos tapones en los oídos para no escuchar comer a los demás. ¡Hasta se ha criticado que se lave las manos antes de las comidas!

Hace unas semanas salió al mercado un libro sobre Bretón, cuyo autor, Vicente Garrido, ha publicado varios volúmenes sobre otros asesinos españoles. "Está la cuestión de su pensamiento obsesivo: esas manías de limpiarse continuamente por temor a contaminarse, el comer con tapones en los oídos para no oír masticar a los comensales, el no usar las barandas de autobuses y escaleras, todo esto hace difícil la vida diaria." Resulta extraño que algunos testigos hayan descrito a Bretón como un "psicópata de libro": ¿acaso han leído éste? 

Y así se trata de convencer al jurado, con indicios, ya que no se han encontrado restos de los niños. Repito que quedan pocas dudas de que Bretón es culpable, pero también la policía es culpable de una chapucera investigación, que en cualquier país serio permitiría librarse al asesino. Aquí, no. El jurado considerará culpable a Bretón. Otra cosa es que sea capaz de argumentar esa condena. Este juicio es una farsa: habrá que esperar al recurso para que se haga un poco de justicia.

No entiendo por qué España tiene jurados populares. ¿Qué se espera de ellos? ¿Que interpreten el código penal? Para eso ya están los jueces, ¿no? Al final, se espera del jurado que apliqué razonadamente la ley de Lynch. ¡Absurdo!


La sospecha
Un hombre perdió su hacha y sospechó del hijo de su vecino. Observó la manera de caminar del muchacho: exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven: como la de un ladrón. Observó también su forma de hablar: igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable del hurto. Pero más tarde encontró su hacha en el bosque. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho parecían muy diferentes a los de un ladrón.