domingo, 11 de noviembre de 2012

O llevarás luto por mí




¿Por qué leer este libro? ¿Qué podrán saber dos extranjeros de tauromaquia? ¿Por qué leer la biografía de un torero circense? Como había leído otros libros de Lapierre y Collins, que habían resultado entretenidos e instructivos, decidí darle una oportunidad a O llevarás luto por mí. Y me ha deslumbrado. El libro es una maravilla, no sólo por la forma en que está escrito, centrando la narración en la corrida de confirmación de alternativa en Las Ventas, sino también porque, tomando como excusa la figura de El Cordobés, acaba siendo una historia de España entre los años 30 y 60: la terrorífica guerra civil y la miserable posguerra, años de dolor y hambre. Algunos no paran de reivindicar la memoria histórica, una memoria olvidadiza, selectiva. Quizá deberían leer este libro.

Carne de toro
Cada mañana, un grupo de milicianos se dirigía a los pastizales de don Félix a matar toros bravos para el abastecimiento diario del pueblo. El estoque de su matador era una vieja carabina. Tan abundante era el suministro diario de carne de toro que los estómagos de los pobres de Palma del Río, encogidos por muchos años de privaciones, eran incapaces de consumir aquellos montones de carne. Pronto sufrió el pueblo una indigestión colectiva de carne.

Hambre
En mi casa no había entonces más que fatigas y hambre. El único regalo que me hicieron de niña fue más y más trabajo. Había que trabajar para tener algo que comer. Pero, a pesar de todo, a veces no había nada que llevarse a la boca. Sólo hambre y lágrimas.

O llevarás luto por mí
—Por favor, por favor, Manolo —supliqué—, ¡no vayas! Él se inclinó y me besó de nuevo. —No llores, Angelita —me dijo. Después se acarició el traje con la mano y añadió: —Esta noche te compraré una casa..., o llevarás luto por mí.

El jamón
Entraba en los hoteles con mi jamón a cuestas. Lo colgaba en la ventana y, cada vez que tenía hambre, cortaba una loncha. Me sentía dichoso con sólo mirarlo. Era maravilloso pensar que era lo bastante rico para comprarme un jamón entero y cortar una loncha cuando me apetecía, de día o de noche. Hay personas a quienes les gusta viajar con un amigo. A mí me gustaba viajar con mi jamón. Era más que un amigo; era algo que me quitaba el hambre, que podía comerlo despacito. Y, cuando lo había terminado y no quedaba más que el hueso, compraba otro y seguía siendo el mismo jamón.