viernes, 31 de agosto de 2012

¿Una sociedad con normas o con centros de menores? No, Andalucía



Hace algo más de un mes leí que la Junta iba a cerrar un centro de menores en Linares, que se había inaugurado el año pasado (ver aquí la noticia). A mediados de agosto, la consejera de Salud y Bienestar Social pedía a las familias que acogieran a 1.500 menores que había en centros de acogida (ver aquí la noticia). Como no hay dinero, ¿quiere ahora deshacerse de los menores acogidos? ¿No se va a mostrar ahora tan alegre el Gobierno andaluz retirando custodias?

La Consejería de Bienestar Social ha estado siempre en el centro de la polémica por quitarle los hijos a sus progenitores. En junio, por ejemplo, se publicó una sentencia del Tribunal Supremo, confirmando otra del TSJA, que obligaba a la Junta a pagar una indemnización de 60.000 euros a un padre, ya fallecido, al que había retirado la custodia de sus hijos (ver aquí la noticia).

En Andalucía no hay problemas, no hay recortes sociales, pero la Junta no paga las guarderías, ni las aulas matinales, ni a las asociaciones de asistencia a discapacitados... Bastante tiene, mientras estudia la "letra pequeña" del FLA, con seguir pagando las nóminas de los empleados públicos.

Por cierto, el centro de menores de Linares se hizo famoso a nivel nacional cuando dejó escapar a una menor que había denunciado a sus padres. Estos la habían llevado a un chalé, dejándola sin móvil (¡¡sin móvil!!), porque había pasado una noche fuera de casa. Debió pensar que en el centro de menores podría hacer lo que le pareciera. El sábado, la menor se había saltado la hora de llegada: estuvo disfrutando de la noche linarense. El domingo volvió a salir, y ya no regresó. Dicho esto, no sé si hicieron bien en cerrar el dichoso centro. Las normas en los centros de acogida de la Junta son demasiado laxas, como han criticado otras veces sus trabajadores.

El problema de los padres refleja un problema de la sociedad: el rechazo de las normas rígidas. Encerrando a los menores o recluyéndoles en un centro de menores no se consigue nada: todo comienza con padres que no educan o que no pueden educar. No, no estoy defendiendo la violencia física, la disciplina severa. Creo que no son necesarias. Los padres de la menor de Baeza no le pegaron, se limitaron a encerrarla en un chalé porque resultaba incontrolable: ellos no podían controlarla y los pedagogos y especialistas de la Junta tampoco.

Muchas veces, los menores refuerzan sus conductas porque las ven fueran de su casa. Todos pasan por colegios e institutos donde las normas son muy laxas. Los adolescentes ven como los compañeros que han tenido un mal comportamiento no reciben ningún castigo.

A veces los padres piden ayuda. Fui testigo hace unos años de como una joven madre pidió a una empleada de la caja en que nos encontrábamos que regañara a su hijo de tres o cuatro años, porque a ella no le hacía caso. Me recordó esta anécdota un reciente artículo de Gonzalo Guijarro (
Formando tiranos). "Un padre desesperado llamó a la radio para pedir al presidente de un equipo de fútbol que expulsase a su hijo del estadio, en donde la criatura ejercía habitualmente de energúmeno, porque él se veía incapaz de meterlo en vereda."

En su artículo, Gonzalo Pizarro criticaba la sociotopía andaluza de ninis que quería construir la Junta. En junio aprobó un nuevo engendro pedagógico: las comunidades de aprendizaje. "En esas ultraprogresistas comunidades, todas las normas vigentes en el centro de enseñanza y todos los contenidos a estudiar se deciden por votación a mano alzada de todos los integrantes de la comunidad educativa: alumnos, profesores y padres, al margen de la legislación vigente. Como es poco probable que la mayoría de los padres tengan tiempo o ganas para asistir a tales asambleas, resulta evidente que los alumnos serán abrumadora mayoría y decidirán qué normas imperan y lo que se estudia y lo que no."

Me resulta curioso que la Junta casi siempre publique o apruebe en verano sus aberraciones. El famoso Convenio Marco entre la Consejería de Empleo y el IFA se aprobó un 17 de julio.

Acabo de leer el libro que James Ellroy dedicó a la muerte de su madre, Mis rincones oscuros. Él tenía diez años cuando su madre fue asesinada. Hasta que murió su padre, siete años después, estuvo viviendo con él. Dejó los estudios porque le empezaban a suponer demasiado esfuerzo y porque habían vivido del dinero con el que se suponía que iba a pagarse la universidad. Comían alimentos precocinados, chucherías, basura. Habitaban un piso de alquiler diminuto, sucio, que olía a excrementos de perro. Ellroy se acabó convirtiendo en un pequeño delincuente juvenil que entraba en casas vacías, robaba comida, se drogaba con un inhalador de asma. No consiguió abandonar ese tipo de vida hasta los treinta años.

Soy un admirador de Voltaire (no sé si llego a volteriano). Una vez leí que vigilaba en el último banco de su capilla de Ferney que sus aparceros y sirvientes cumplieran puntualmente con la misa: mejor una mala norma que la ausencia de norma, parecía opinar. ¿Qué pensaría Voltaire de la sociedad actual en la que no hay normas?