lunes, 24 de diciembre de 2012

Navidad zombi



Los dichosos, los malditos zombis están por todas partes. Un amigo me ha enviado este peculiar cuento de Navidad que ha publicado Ideal. El autor tendría que haber convertido en protagonistas no a los zombis, sino a la mayoría de población que, atraídos por los reclamos navideños de grandes almacenes e hipermercados, no pueden comprar nada. Aquí, en Andalucía, hay casi 1,2 millones de parados que no están para muchas alegrías y 600.000 funcionarios que, excepto los que trabajan para el Parlamento de Andalucía (Griñán no ha leído el Artículo 14 de la Constitución española), se han quedado sin extra.

En cualquier caso, feliz Navidad a los que lean esto.



Navidad Zombi
La primera señal del temporizador no fue respondida: hacía meses que no funcionaba la corriente eléctrica. El aparato, perseverante, lo intentó hasta en tres ocasiones más antes de decidirse a enviar la orden al generador de emergencia que, incomprensiblemente, conservaba todavía unos litros de gasoil. Ningún operario había colocado la iluminación navideña ni el gigantesco árbol en la fachada, pero bastaron las luces que en tiempos mejores siempre permanecían encendidas para crear un resplandor que llamó la atención de la mitad de los infectados de la ciudad.

Los otros, los que estaban más lejos, se sintieron atraídos por aquel ruido. La alegre canción, que en circunstancias normales hubiera sido ahogada por el tráfico de aquellos días, llenó ahora las silenciosas calles, pudo escucharse en toda la ciudad, embriagó los sentidos de los infectados.

Aquellos sonámbulos estaban hambrientos. Durante semanas habían devorado la todavía abundante carne fresca; luego, durante meses, habían buscado sin éxito nuevo alimento. Centenares de infectados corrían, caminaban, se arrastraban hacía el centro comercial.

El edificio siguió brillando durante unos minutos. Quizá se acabó el gasoil o alguna conexión, sin ningún operario que vigilara, falló. Los infectados contemplaron decepcionados como las luces se apagaban repentinamente. El villancico se cortó en medio de una estrofa. Permanecieron de pie, esperando que todo comenzara de nuevo.

Unos recelosos ojos humanos se habían asomado a través de las rendijas de una persiana: los infectados, como locos, caminaban por la calle, atraídos por la música. El asustado hombre había reconocido la melodía. La escuchó embelesado hasta que enmudeció. Durante un rato permaneció con la frente apoyada en la persiana: no sabía lo que había ocurrido y estaba demasiado cansado para especular. Sólo cuando regresó a la cama, donde pasaba casi todo el tiempo, recordó qué día era. Se permitió pensar que no había preparado la cena. Los decepcionados infectados tampoco disfrutarían de ninguna.