viernes, 6 de diciembre de 2013

Había una posibilidad de que este país saliera adelante

Cinco minutos antes del inicio, Nelson Mandela salió al campo para dar la mano a los jugadores. Llevaba la gorra verde y la camiseta verde de los Springboks, abotonada hasta el cuello. Cuando el público le vio, se quedó en silencio. «Fue como si no pudieran creer lo que estaban viendo», explicaba Luyt. Entonces empezó a oírse un clamor, primero en voz baja pero enseguida subiendo en volumen e intensidad. Morné du Plessis lo oyó al salir del vestuario y pasar por el túnel hacia el campo. «Salí a aquel sol frío y brillante de invierno y, al principio, no entendía lo que pasaba, qué gritaba la gente, por qué había tanta excitación cuando los jugadores todavía no habían saltado al campo. Entonces descifré las palabras. Aquella multitud de blancos, afrikaners, gritaban, como un solo hombre, una sola nación: “¡Nel-son! ¡Nel-son! ¡Nel-son!” Una y otra vez, “¡Nel-son! ¡Nel-son!”, y fue algo…» Los ojos de este ex jugador de rugby se le llenaban de lágrimas mientras intentaba encontrar las palabras para describir el momento. «No creo —prosiguió—, no creo que vuelva a vivir nunca un instante como aquél. Fue un momento mágico, un momento maravilloso. Fue cuando comprendí que realmente había una posibilidad de que este país saliera adelante. Aquel hombre estaba demostrando que era capaz de perdonar por completo, y ellos —la Sudáfrica blanca, la Sudáfrica blanca aficionada al rugby— estaban probando, con aquella reacción, que también querían devolverle el favor, y eso es lo que hicieron al gritar “¡Nelson! ¡Nelson!”». Fue maravilloso. Fue digno de un cuento de hadas. Fue Sir Galahad: mi fuerza es la fuerza de diez porque mi corazón es puro. «Entonces vi a Mandela con aquella camiseta, agitando la gorra en el aire, con aquella sonrisa enorme y especial que tenía. Estaba tan contento. Era la viva imagen de la felicidad. Se reía sin parar, y pensé, sólo con que le hayamos hecho feliz en este momento, ya es suficiente».