miércoles, 4 de septiembre de 2013

Susana Díaz, avergonzada o desvergonzada

Susana Díaz llevaba un enigmático traje sastre prusiano

Susana Díaz se ha confesado avergonzada de la corrupción; no se mostró muy avergonzada, sin embargo, cuando se supo que su marido había sido generosamente contratado por una productora que trabaja con Canal Sur: eso no es corrupción. Se avergüenza de la corrupción, pero no menciona el caso de los ERE: 1.400 millones discrecionales. Claro que el PSOE necesitó ese lubricante clientelar y ya habrá puesto en marcha otro más discreto. Susana Díaz pretende entrevistarse pronto con Rajoy, al tiempo que le amenaza con inundar el Constitucional de recursos. Habla de lealtad institucional, pero la Junta ha bloqueado el PGOU de Jaén.

Inevitablemente, se inicia una nueva etapa. Nadie espera que Andalucía mejore, que comience crecer por encima de la media española, que se reduzca el paro de manera espectacular. Lo más probable es que todo siga como hasta ahora. Es probable que la inexperiencia de la presidenta provoque que cada consejero vaya sacando medidas de su chistera ideológica: algunas de las propuestas no tienen nada que envidiar a las que se han llevado a cabo en la Venezuela chaviana o la Cuba de los Castro. No deja de ser curioso que se haya hablado de crear un impuesto para las grandes superficies: unos asaltan hipermercados y otros los machacan a impuestos.

Quizá, lo mejor que podría pasar es lo que esta mañana me ha dicho un compañero: con un poco de suerte la Zapatera andaluza hundirá el PSOE. No estaría mal que dentro de tres años gobierne una coalición PP-UPyD, con Monago como presidente. Después de todo, si hemos tenido a un ceutí y a un madrileño, no pasará nada por nombrar a un presidente quintanejo.

Esto último es una ensoñación. La realidad empieza ahora. Se ha dicho que Griñán ha renunciado por el caso de los ERE o por esos "motivos familiares" tan determinantes como vagos. Quizá ha renunciado porque es de esa clase de socialistas que no soportan a los comunistas. La griniña no tiene esos escrúpulos. El tiempo pasado en la sede de la calle San Vicente le ha hecho creer que el poder es un fin, no un medio. Lo único importante es conservarlo.