domingo, 22 de septiembre de 2013

Antes que anochezca


Acabo de terminar de leer las memorias de Reinaldo Arenas. Describe una Cuba que une lo grotesco y ridículo a lo trágico.

El plebiscito
Recuerdo que, estando en casa de Jorge en la finca Los Pajares (era entonces el otoño de 1988), se nos ocurrió la idea de hacer una carta abierta a Fidel Castro solicitándole un plebiscito, más o menos como el que se le había hecho a Pinochet. Jorge me dijo que redactara la carta y los dos nos dimos a la tarea. Luego la firmamos él y yo: aunque no consiguiéramos más firmas, se la enviaríamos con nuestras dos modestas firmas. No fue así; conseguimos miles de firmas, incluyendo las de ocho personas que habían recibido el Premio Nobel. Desatamos una labor tremenda en aquella finca donde no había ni agua corriente ni luz eléctrica. La carta se publicó en los periódicos y fue un golpe terrible para Castro, pues puso en evidencia que su dictadura era aún peor que la de Pinochet, pues él jamás iba a hacer elecciones libres.

El Delfi
Con su novela Presiones y diamantes, en la que se descubre la falsedad de un famoso diamante y es arrojado al inodoro, Virgilio cayó en total desgracia con Fidel Castro; era demasiado simbólico. El diamante se llamaba el Delfi, Fidel al revés.

El sistema capitalista
Yo sabía ya que el sistema capitalista era también un sistema sórdido y mercantilizado. Ya en una de mis primeras declaraciones al salir de Cuba había dicho: "La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar; yo vine aquí a gritar".

Locas al servicio de la revolución
Al gobierno de Castro le preocupó tanto Conducta impropia que nombró a un grupo de locas oficiales, casi todas del Ministerio del Interior, para que se pasearan por todo el mundo dando conferencias y diciendo que en Cuba no perseguían a las locas. Aquellas pobres locas tenían incluso que partirse delante de todo un público y hacerse más afeminadas de lo que eran para demostrar que, irrebatiblemente, en Cuba no había persecución a los homosexuales. Claro, una vez que regresaron a Cuba tuvieron nuevamente que guardar sus plumas y no hemos vuelto a saber qué fue de aquella delegación oficial de locas cubanas.

Comunistas de lujo
Recorrí por entonces varios países: Venezuela, Suecia, Dinamarca, España, Francia, Portugal. En todos dejé escapar mi grito; era mi tesoro; era cuanto tenía.

Ahora descubría una fauna que en Cuba me era desconocida; la de los comunistas de lujo. Recuerdo que en medio de un banquete en la Universidad de Harvard un profesor alemán me dijo: "Yo de cierta forma comprendo que tú puedas haber sufrido en Cuba, pero yo soy un gran admirador de Fidel Castro y estoy muy satisfecho con lo que él hizo en Cuba".

En aquel momento, aquel hombre tenía un enorme plato de comida frente a sí y le dije: "Me parece muy bien que usted admire a Fidel Castro, pero en ese caso no puede seguir con ese plato de comida, porque ninguna de las personas que viven en Cuba, salvo la oficialidad cubana, puede comerse esta comida". Cogí el plato y se lo lancé contra la pared.

Mis encuentros con esa izquierda festiva y fascista fueron bastante polémicos. En Puerto Rico eran bastante taimados; me invitaron a la Universidad y me pidieron que no hablara de política. Yo leí un trabajo sobre Lezama Lima y a continuación, un testaferro de Castro llamado Eduardo Galeano, leyó un largo discurso político atacándome, precisamente, porque yo había adoptado una actitud apolítica.