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Leo que la Real Academia de la Lengua admite el matrimonio homosexual. Llevo años escandalizándome por el poco respeto que el inglés tiene a la etimología de las palabras. Aquí, en España, la etimología no es derrotada por el uso, sino por la política, y ayudan esos académicos que tienen las mismas capacidades que mostraba Incitato. ¿También admitirán jóvenas y miembras? ¿Van a prohibir los masculinos genéricos? ¿Van a meternos en la cárcel a los que nos empeñamos en utilizar palabras como poetisa o sacerdotisa? Les guste o no, el castellano es un dialecto del latín, que a su vez es dialecto de un idioma que hablaban hace milenios unos agricultores de las estepas ucranianas.
Lo divertido del asunto es que el matrimonio es un concepto de origen religioso: uno de los sacramentos de la Iglesia católica. Les da igual e incluso quieren celebrar bautizos laicos: a ateos católicos como Oriana Fallaci o George Santayana no se les hubiera ocurrido tal tontería.
Desde luego, el nuevo diccionario de la RAE va a ser recibido en olor de multitud.